Mi país está hecho pedazos, mi vida también, las cárceles no sirven y mi mamá no está conmigo. Esas fueron las primeras palabras que recuerdo haber mencionado en la visita domiciliaria que me hicieron cuando iba a ingresar a Sol de Primavera. Vivía en la casa de mi abuelo, junto a mis tíos, hermanos y primos. Compartíamos tres camas entre todos y el baño con otra familia. Según decían, vivía en uno de los barrios más peligrosos de Quito: la Colmena Alta.
Mi mamá fue detenida por venta de drogas cuando yo tenía 8 años. Me quedé al cuidado de mis hermanos, salí de la escuela y me dediqué a ellos. Vivíamos cerca de mi tía, a quien amé mucho, y de mi abuelo, que también había estado en la cárcel, pero siempre me decía que era lo que podía hacer y lo que no podía. Pasé sin estudiar hasta los 14 años, cuando mi abuelo me habló de Sol de Primavera. Me dijo que uno de sus hijos y una sobrina estaban muy bien, que tenían trabajo y que conocía a otros vecinos que habían estudiado en la Fundación.
Como mis hermanos ya estaban más grandes, me arriesgué a regresar a estudiar. Me daba miedo, sobre todo por mi carácter; no era muy sociable, prefería estar solo y me enojaba muy rápido, especialmente desde que mi tía murió por un problema en su corazón. Ella era a quien yo consideraba mi madre; si hubiera tenido mejor atención médica, quizás seguiría conmigo.
Al llegar a la Fundación, me encontré con una sorpresa: había sonrisas, una energía distinta que daba ganas de quedarse. No se molestaban conmigo por ser callado, y yo, sin darme cuenta, empecé a conversar más. Decidí ingresar a la formación técnica de panadería y pastelería. Me gustó la forma de enseñar que tenían los educadores. Desde el inicio, nuestra directora Carmita y mi psicólogo empezaron a buscar opciones para lograr el 7mo de básica, que es un requisito para estudiar en Sol. Conseguimos una escuela acelerada en la noche y logré culminar hasta el 9no de básica, mientras me formaba como panadero pastelero.
Mientras estaba en la Fundación, mi mamá salió de la cárcel. Yo no tuve la mejor reacción posible, me fui de la casa de mi abuelito, volvimos a vivir con mi mamá, pero empezaron las peleas con cuchillos, el maltrato a mis hermanos y a mí, las drogas. Probé la marihuana. Ya conocía la droga, mi abuelo la usaba delante de nosotros, pero en sus reglas estaba que nunca debíamos probarla, para que no termináramos en la cárcel como él, nos decía. Pero yo, por un momento, empecé a perderme.
En Sol de Primavera, al quererme tanto, creo yo, me observaron, me confrontaron, no me juzgaron y volvimos a empezar. Volvimos con mi abuelo, me enamoré y seguí en la lucha, como decimos en Sol.
¿Qué tipo de Anderson eres? me preguntaba diariamente. ¿Qué quieres hacer con tus hermanos? ¿Qué vas a hacer si un día tu abuelo no está? ¿Qué vas a hacer con tu madre, que representa tantos peligros? ¿Qué vas a hacer con tu carácter fuerte y tus silencios prolongados? Ser lo que amas, me cantaba Sol de Primavera en mis oídos, atrévete a no repetir historias de pobreza, a creer en ti y en el ser compañero que nos hace fuertes en comunidad.
Pude haberles contado mucho de mis tristezas, de mis dolores, de mi padre, que sabiendo de mí, nunca quiso ser parte de mi crecimiento. Pero en Sol aprendí que, una vez contado y analizado, el camino es volverse a levantar, pero de la mano de muchos más, confiando en mí, sabiendo que salté de la queja a la acción, y que ya no estuve más solo. Todos ustedes estuvieron y están conmigo para seguir viviendo.
Ahora tengo una hija, es el ser más hermoso de mi vida. Vivo con mi compañera, trabajo en una panadería muy reconocida de Quito, he crecido profesionalmente y regreso a Sol cada vez que cumplo una meta. Justo hoy vine para contarles que voy a culminar el colegio, que me presenten libros, que me ayuden con semillas para mi huerto, y que me abracen, porque eso es el alimento de Anderson.
Es verdad que mi país está hecho pedazos, que las cárceles no sirven para nada y que mi mamá no está conmigo. Pero ahora tengo pensamientos y una profesión para ser parte de la transformación de este mundo. En mis trabajos me he encontrado con muchos soleños, y es muy lindo saber que nosotros somos familia y somos cambio en cualquier lugar al que llegamos.
Gracias a todos ustedes. Gracias, Carmita. Gracias, abuelo. ¡Gracias!